Poliţia din Spania a anihilat o reţea de escroci ai cărei membri se prezentau drept şeici bogaţi, interesaţi să achiziţioneze antreprize aflate în dificultate sau cluburi de fotbal.
Emilia Păunică a ajuns în Spania în 1997, iar de atunci încoace a participat la nenumărate competiţii naţionale şi internaţionale, ajungând chiar vicecampioană mondială la 60 de metri, la "veterani".
Divorciada, con tres hijos y desilusionada de su propio país, Silvia Sampalean decidió hace diez años abandonar Rumanía para cuidar al benjamin, que padecía de cancer. Los sobornos que le pedían a cada paso para obtener los documentos necesarios para tratar a su hijo enfermo, hizo que Silvia renunciara a la ciudadanía rumana.
“La vida de una madre es una lucha continua por sus hijos, pero cuando la salud depende del chantaje, buscas a Dios en otras tierras”, dice Silvia Sampalean (49 años) que llegó a España hace 10 años. La mujer, originaria de Argita, Transilvania, se divorció y se quedó sola con sus tres hijos: Doinita-Silvia, Eugen y Danut-Ioan. Cuando cumplió 9 años, a Danut se le descubrieron ganglios cancerígenos. Empezó un tratamiento en Rumanía, pero las necesidades y la pobreza fueron impedimentos en el proceso para la curación del niño. “Estaba desesperada, no tenía dinero para poderle ayudar, así que decidimos que Doinita, que entonces tenía 18 años se marchara fuera de Rumanía, para trabajar y ganar dinero”, cuenta la mujer. La madre se quedó al cuidado de los otros dos hijos y de los abuelos que estaban enfermos. „Mi vida empezó en España” La hija mayor se marchó a España sin ningún contrato de trabajo. Una conocida le esperaba en la estación, y de otros rumanos supo que en unos pueblos cerca de Zaragoza se contrataban inmigrantes sin papeles para trabajar en el campo. “Seguía sin tener bastante dinero, aunque mi hija me ayudaba. Estaba harta de las humillaciones en las puertas de las autoridades, pero sobre todo de los sobornos que tenía que dar, indiferente de lo que tenía que resolver”, dice Silvia. Hace diez años, cuando se murieron sus padres y le dijeron que el pequeño respondía al tratamiento, pero que para eso tenía que pagar más dinero, con la inseguridad de que la enfermedad aún así regresase, Silvia decidió marcharse definitivamente de Rumanía. “Me sentí liberada. Para mí, la vida en Rumanía fue como una cárcel”, confiesa Silvia. Durante los últimos ocho años, trabajó en una empresa de limpieza y ganaba 1.000 euros al mes. Al llegar a España, Silvia cuidaba a una familia de ancianos españoles, que le dejaron en testamento el piso en el que vivían. “Los ancianos tenían 86 años, pero iban conmigo a todas partes que era necesario, para enseñarme mis derechos, aunque era inmigrante, porque la ley – decían ellos - se tiene que aplicar por igual a todos los ciudadanos”, afirma con cierto reconocimiento Silvia. “De esta forma, Danut recibió los mejores tratamientos, la mayoría de ellos gratuitos”. Cada día, una nueva esperanza El matrimonio con el español Juan Manuel fue un acontecimiento feliz e inesperado en la vida de Silvia. “Tomé la decisión de renunciar a la ciudadanía rumana hace tres años, después de una visita a Rumanía, cuando mi hijo Danut necesitaba unos documentos importantes. Se acercaba la edad en la que la enfermedad podía regresar: 18 años. Volví de Rumanía humillada, asustada, desilusionada y sin parte de los documentos, aunque pagué tasas y más tasas de urgencias”, cuenta la mujer. En todos estos años, Silvia ha vivido pendiente de cada soplo de su hijo Danut, y si bien otras madres se alegran de la mayoría de edad de sus hijos, Silvia soñaba con que la vida de su hijo continuara. Ahora, Danut tiene 21 años y está sano. Su madre saborea cada día que pasa y se alegra de su nueva vida en España, al lado de Juan Manuel. (Traducción de Adelina Gherman)