Tzara

El pasado 16 de abril se cumplieron nada más y nada menos que los ciento veinte años del nacimiento del genial artista rumano Tristan Tzara. Conocido como Tzara pero con el verdadero nombre de Samuel Rosenstock, el artista nació en en Moinesti, Bacau, (Rumanía) para ser conocido en el siglo veinte como una figura importante del arte.

A la historia sin duda pasó por ser uno de los fundadores –junto a Hugo Ball y Jean Arp- del movimiento dadaísta. El dadá vino a romper el concepto de arte tradicional, a zarandear las normas, a abrir una nueva ventana desde la que desmitificar la tradición artística.

El Dadá marcó y condicionó el pasado siglo, llegando a servir de germen para posteriores manifestaciones como el surrealismo, el estridentismo e incluso el arte pop. El concepto de lo absurdo fue siendo gestado por Tristan Tzara, quien público una serie de manifiestos dadaístas, como “La primera aventura celestial del señor Aspirina” o los “siete manifiestos dadá”.

El poeta y escritor rumano poco a poco fue acercándose al movimiento surrealista, que empezó a entrar en ebullición con el también genial André Bretón. Después de haber sido un absoluto activista de lo que había comenzada como un juego y había pasado más tarde a ser una referencia del “antiarte” –el peculiar e irreverente dadá-, Tzara pasó entonces a desarrollar la escritura automática y poco meditada que formaba parte del surrealismo.

De pensamientos marxistas y convicciones nihilistas, Tzara, después de haber forjado su personalidad en Rumanía –en el país de los Cárpatos de comportó como un creador aislado de cualquier movimiento, independiente y con tendencia a escribir poemas inspirados en el simbolismo-, pasó la mayor parte de su vida en París, donde se desarrolló como artista y donde murió. Ahora ciento veinte años después de haber venido al mundo, el homenaje al legado de este artista de Rumanía es más que justo.